Según la Oficina Nacional de Estadísticas de China, la economía creció un 4,5% interanual en el primer trimestre de 2023. Aunque esa cifra no se equipara al crecimiento robusto del período pre-pandemia, superó las expectativas del mercado. Y, con las políticas correctas, a China le puede ir aun mejor.
Hoy en día, reina el pesimismo en torno a las perspectivas económicas de China. Muchos advierten –no sin razón– que China ha entrado en un período deflacionario. En el primer trimestre de 2023, el índice de precios al consumidor (IPC) de China aumentó solo un 1,3% interanual, menos que el 1,8% del trimestre anterior. Más sorprendente es el hecho de que el índice de precios del productor (IPP) de China cayó un 2,5% interanual en marzo, su sexta caída consecutiva mensual.
Si bien las declaraciones de que China ha entrado en un período deflacionario son excesivas, los datos indican que la economía de China sigue afectada por una baja demanda efectiva. Las cifras oficiales también respaldan las afirmaciones de que el crecimiento del PIB de China ha estado por debajo del potencial durante algún tiempo.
Esto puede no haber sido una sorpresa cuando la política del Covid cero generaba confinamientos regulares, inclusive en centros económicos como Shanghái. Pero, en general, se esperaba que el abandono, en el mes de diciembre, de las políticas estrictas de contención de la pandemia dieran lugar a una demanda acumulada, que diera paso a una recuperación robusta. Algunos incluso advertían que la inflación podría dispararse, en tanto la oferta tenía dificultades para mantener el ritmo.
Nada de esto sucedió. Parte de la culpa recae en factores no económicos vinculados, por ejemplo, a las tensiones geopolíticas globales. Pero, en mi opinión, una de las razones más importantes para el desempeño económico más débil de lo esperado de China desde diciembre es la estrategia excesivamente cautelosa del gobierno en materia de política macroeconómica, particularmente la política fiscal.
El gobierno de China ha fijado una meta de crecimiento de «alrededor del 5%» para 2023. Para una economía que creció el 6,7%, el 6%, el 2,2% y el 8,1% en 2018-21, es una meta demasiado baja. Una estrategia mejor apuntaría a un crecimiento del 6%, una meta absolutamente posible, dado el desempeño reciente de China. Si bien la reticencia del gobierno a apuntar a una tasa de crecimiento más alta es entendible, una meta conservadora puede crear una profecía autocumplida, al debilitar la confianza y no explotar plenamente el potencial de crecimiento.
Algunas intervenciones en materia de políticas, como las transferencias de efectivo, ofrecerían un impulso directo e inmediato al consumo, que representó el 54,3% del PIB en 2021 y había sido el principal factor que incidió en el crecimiento del PIB durante años antes de 2022. Pero, como bien sabe el gobierno de China, el consumo es una función del ingreso: un incremento sostenido y amplio del ingreso depende del crecimiento económico; y la inversión en infraestructura, tradicionalmente, es el instrumento más efectivo del Estado para impulsar el crecimiento cuando la demanda efectiva es débil. A pesar de las inversiones pasadas, China todavía tiene una enorme brecha de infraestructura que tiene que saldar de manera urgente.
Esta estrategia tiene sus riesgos. Como aprendió China cuando implementó un paquete de estímulo de un trillón de yuanes chinos (578.000 millones de dólares) durante la crisis económica global de 2008, la inversión pública de gran escala en infraestructura puede hacer subir las deudas de los gobiernos locales, minando, en definitiva, la estabilidad financiera.
Pero, en lugar de desalentar la inversión en infraestructura liderada por el estado, esta experiencia debería motivar a los responsables de las políticas a llevar a cabo una planificación más cuidadosa que evite crear más «elefantes blancos». Esto también debería impulsar cambios en la manera en que el gobierno financia sus inversiones.
Históricamente, las autoridades de China se han mostrado muy reacias a tener déficits presupuestarios. Como resultado de ello, la mayor parte del financiamiento de las inversiones en infraestructura pasadas ha sido recaudada por los gobiernos locales en los mercados de capital a tasas de interés elevadas. El gasto del gobierno central representó quizá menos del 1% de la inversión total en infraestructura en 2021. No sorprende, entonces, que los gobiernos locales estén tapados por las deudas.
Para la próxima ronda de inversión en infraestructura, el gobierno central debería aportar un porcentaje significativamente mayor del financiamiento. Al mismo tiempo, debería intervenir para ayudar a los gobiernos locales a resolver sus problemas de deuda. Esto exigirá que el gobierno central aumente su déficit presupuestario (como porcentaje del PIB) y venda más bonos del gobierno al público en 2023.
A menos que se produzca un episodio de «cisne negro», China puede alcanzar un crecimiento del PIB del 6% este año, poniendo fin, así, a una desaceleración de 12 años. Pero esto no sucederá por sí solo. Una inversión en infraestructura cuidadosamente planificada y prudentemente financiada, y también respaldada por una política fiscal expansionista, es esencial.